Rafael Michel
En Sudáfrica, la situación está que arde. Desesperante, intolerante y hasta insoportable. “Te vamos a enseñar una lección". Esas son las primeras palabras que Ndumi Funda, directora de la ONG Luleki Sizwe explica que escuchan las víctimas de las conocidas como 'violaciones correctivas de lesbianas'. Una macabra clase de masculinidad para "enseñar que son mujeres, no hombres". Tras la violación, en muchas ocasiones, llega el Sida, el rechazo social, el desprecio de la policía y la muerte. Un susurro mortal que "sentimos cada día como una amenaza constante". Ndumi lidera un movimiento social con otras ONG sudafricanas que han conseguido llegar hasta el mismo Parlamento. Con la ayuda, entre otras, de la organización estadounidense change.org han llevado hasta el despacho del ministro de Justicia 176.000 firmas recogidas en 163 países. "Es la campaña internacional de recogida de firmas más importante de la Historia de Sudáfrica", explica Benjamin Joffe-Walt, responsable de comunicación de la campaña. Eso sí, menos de un 2% de las firmas son sudafricanas. "El ministro ha prometido cambios inminentes y ayudas personalizadas a las víctimas. Hay una nueva reunión en cuatro semanas para aclarar propuestas", anuncia Benjamin. Ndumie ha sido también víctima de las violaciones. No directamente, lo fue su pareja. "Creé la ONG en 2008 para luchar contra la violencia que sufren las lesbianas en los township de Ciudad del Cabo (barriadas hacinadas de gente que vive en condiciones miserables a las afueras de la ciudad), tras ver morir a mi novia en 2007", recuerda. "Sizwe (su pareja) fue violada por cinco hombres que pretendían corregir su desviada conducta. Al principio no dijo nada, ni a sus padres. Luego confesó la violación por la que se infectó de Sida, y acabó muriendo por una meningitis. Fue una historia muy triste". Antes, en 2005, prosigue Ndumie, "Luleki era una conocida lesbiana que no escondía su sexualidad. Trabajaba para la comunidad, luchando contra la violencia que sufren las mujeres y ayudando a la gente más pobre. Un día fue violada por su primo, que explicó que lo hizo para 'enseñarla que no era un hombre'. Murió tras contraer el Sida", recuerda.
"En África los nombres son muy importantes, por eso el nombre de esta organización lleva el de ambas". Pero la pesadilla de una lesbiana violada no termina con la agresión.
El rechazo de la sociedad y la policía, junto a un más que probable contagio del Sida, son los siguientes pasos. "La Policía es muy homófoba. En muchas ocasiones la lesbiana va a denunciar y ni siquiera es escoltada para volver a su casa. Tiene que esperar aterrorizada en la parada del autobús o compartir minibús con sus violadores", denuncia Ndumie. Muchas, de hecho, optan por ni siquiera denunciar los hechos. "Hubo diez denuncias en una semana y la Policía no hizo nada. En los últimos dos años han muerto más de diez lesbianas violadas", recuerda, mientras comienza a contar en voz alta sus nombres. Hay un evidente rechazo social al problema. "Los violadores forman parte de nuestros barrios. Los agentes los conocen y prefieren no detenerlos. Las familias rechazan en muchos casos a las hijas, hermanas... que declaran su homosexualidad. Los testigos y médicos no acuden a los juicios, los abogados no quieren defenderlas, lo que hace que sea un proceso interminable". Su día a día es parecido. "Yo nunca entro en un bar de los township, sé que corro peligro. Si hacemos una reunión es en una casa, encerradas, y ninguna sale a la calle a partir de las ocho de la tarde". Luego llega la enfermedad. "Muchos de los violadores son ex convictos que han sido violados en la cárcel. Tienen Sida, lo que acaba siendo una sentencia de muerte para nosotras". El rechazo se extiende también a sus hijos. "Muchas tenemos hijos y si en la escuela se enteran que su madre es lesbiana son apartados". Sin embargo, la campaña ha abierto una nueva puerta a la esperanza. "Trabajamos en una asociación que tiene 350 mujeres. Tenemos dos equipos de fútbol y estamos creando uno de rugby. Hacemos obras de teatro y empezamos a perder el miedo a salir a la calle. La gente viene a vernos". ¿Qué le pides al ministro? "Una nueva legislación que califique la violación de lesbianas como un agravante, protección policial y ayudas a las víctimas. Les votamos para que nos protejan, no para que nos olviden", concluye. Lo curioso es que Sudáfrica tiene una legislación especialmente dura contra las violaciones, una lacra social, y fue el primer país africano en legalizar el matrimonio homosexual y en penar la discriminación sexual. La presión internacional ha conseguido que las voces de las víctimas sean ahora escuchadas en el Parlamento.
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