domingo, 25 de noviembre de 2012

POLICIAS Y JUECES SE DEJARON ENGAÑAR (II DE V PARTES)

Rafael Michel.
Interesante, en verdad, interesante dar a conocer cómo los jueces, policías y demás personal "profesional" de diferentes procuradurías, no sólo de México, sino de muchos países se dejan engañar y sentencian sin haber obtenido las pruebas necesarias. Sture Bergwall está recluido en una clínica psiquiátrica sueca desde 1991. Se autoinculpó de 32 crímenes, le condenaron por ocho. Un periodista pertinaz desmontó la leyenda del supuesto asesino en serie y denunció cómo jueces y policías se habían dejado engañar.
EN LA CONSTRUCCION DE UNO DE LOS CRIMENES.

“Todos los casos fueron construidos igual: sin huellas, sin ADN, sin testigos, sin evidencias”, dice su abogado


Bergwall era un adicto a las drogas desde su adolescencia. Empezó a colocarse con pañuelos empapados en disolvente.
Monstruo, violador, sádico, pederasta, caníbal. Thomas Quick fue todo eso durante 20 años. Hasta que en su camino se cruzó un periodista pertinaz y obsesivo, de nombre Hannes Rastam, dispuesto a aclarar todas las dudas que la autoría de esos crímenes horribles siempre suscitó. Su trabajo de investigación se ha convertido en un jaque al sistema judicial, policial y de salud mental sueco. Rastam, que murió en enero, al día siguiente de dictar la última página de su libro Thomas Quick: la fabricación de un asesino en serie, consiguió arrancarle la gran confesión, durante años sepultada en esa mente enferma: todo fue una gran mentira.


Clínica de psiquiatría forense de Säter. Dos celadores custodian la entrevista con Sture Bergwall. Hemos atravesado cinco puertas acorazadas para llegar hasta él. La puerta de la calle; la puerta de la garita, donde se deja el pasaporte; el detector de metales, la puerta blanca, un pasillo, la puerta gris, un pasillo, la puerta rosa.

Pregunta. Pero usted ¿por qué mintió?

—¿Por qué mintió?

—Fue una manera de conseguir ansiolíticos legalmente, y de pertenecer a algo

Respuesta. Fue una manera de conseguir ansiolíticos legalmente. Me permitió tener la sensación de pertenecer a algo. Empezó como una pequeña mentira que creció hasta convertirse en una enorme mentira.

Sture Bergwall responde a la pregunta pausadamente, tranquilo. Es un hombre corpulento, muy alto, 1,89. Manos grandes, gruesas, robustas; pies enfundados en unas sandalias negras, calcetines rojos. Estamos en una pequeña habitación de la clínica psiquiátrica, en la zona de visitas. Una muñeca rubia y un mueble repleto de juguetes descansan en el suelo de esta sala en que los reclusos reciben a la familia. Hay un microondas, café y vasos de plástico blanco. Todo apunta a que los muebles, cómo no, deben de ser de Ikea.

Bergwall parece un señor normal; un señor normal y corriente.

La monstruosa espiral de sus confesiones arranca en un soleado día de junio de 1992. Apenas le quedan unos meses para salir de la clínica. Hace un día espléndido y Bergwall está tomando el sol en el lago Ljustern, acompañado de una enfermera. Lleva año y medio recluido, le han encerrado después de cometer un atraco, vestido de Papa Noel, en la casa de un bancario de su pueblo, Falun.



Arriba, reconstrucción de uno de los crímenes, en enero de 1995. De izquierda a derecha: el policía Seppo Pentinnen; Sture Bergwall; el abogado Claes Borgström, y la terapeuta Birgitta Ståhle. / Sven Erik Røed (Scanpix Norway)

Bergwall es en esos momentos un hombre con antecedentes reales que se acaba de cambiar de nombre. Como no quiere que se le asocie con el atraco, adopta el apellido de soltera de su madre, Quick; y se pone Thomas porque le gusta cómo suena. A los 19 años ya había sido denunciado por abusar sexualmente de un chico de 14. También apuñaló a un hombre con el que compartió una noche. De hecho, no es esta su primera estancia en una clínica psiquiátrica.

Su sobrino Stefan Hazianastasiou, al que hemos visitado en la localidad de Örebro (a 198 kilómetros de Estocolmo, dirección oeste) el día anterior a la entrevista en la clínica, sostiene que su tío quería evitar a toda costa el regreso a Falun, su pueblo. “Estaba avergonzado, para él era más cómodo quedarse en la clínica”, dice, con un café en la mano, en la cocina de su casa. Hazianastasiou recuerda que su tío siempre fue un gran contador de historias...)Continúa parte III)


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