lunes, 28 de junio de 2010

LO QUE HE LEIDO DE MONSIVÁIS II

Todo lo anterior no bastaría para explicar esta historia de éxito si no se destacasen dos grandes méritos: originalidad e innovación. El primero se refiere al reconocimiento de un estilo propio que logró caracterizarlo singularmente, al haber llevado Monsiváis la ironía al grado de maestría. Su columna política era de redacción complicada, abigarrada, pero de ideas sencillas y consistentes a lo largo de las décadas, fácilmente reconocibles y simpáticas para quienes gravitan alrededor del llamado por la justicia social: los políticos priistas son corruptos y dicen muchas estupideces, los políticos panistas son mochos e ignorantes y los obispos católicos son retrógradas. En suma, La Derecha tiene la culpa de todo lo malo —tanto de la pobreza como del hábito de ver televisión— y sólo La Izquierda tiene la calidad moral asistida por la razón para hacer el bien. En contraste, Octavio Paz y Carlos Fuentes se desgastaban en explicar la complejidad de largos procesos entre figuras retóricas como ogros o relojes de arena invertidos. Para ellos El Pueblo está traumado o tiene problemas de identidad, pero en las crónicas de Monsiváis aparece siempre —con todo su folclor resplandeciente—, como bueno, ingenioso y pachanguero, retratando de manera divertida a sus íconos y prácticas culturales, por lo general concentrado en la populosa capital, en los lugares más comunes de lo chilango y lejos de las regiones y diversidades del país. Desde la autobiografía de sus mocedades (a los 28 años) había proclamado ya su “intolerable afición al DF”. Su obra se caracteriza porque, en un país tan centralizado, la fenomenología de la capital es supuesta como tratado nacional.
El segundo mérito del cronista es el de haber obtenido el reconocimiento público como introductor de nuevas racionalidades de la política, de poner temas en la agenda pública a partir de la afirmación de la tolerancia y la diversidad como valores, del impulso de causas que con el tiempo fueron cobrando legitimidad e incluso de la difusión de una jerga particular a su discurso, lo que en conjunto fue constituyendo para muchos jóvenes —y no tan jóvenes— mexicanos el paradigma de la corrección política. Aunque no haya sido el primero ni el único en hacerlo, su visibilidad multimediática le permitió ponerse a la cabeza de la opinión pública: el gran logro de Monsiváis fue el de establecer con simpleza, claridad y contundencia los campos contrapuestos de lo correcto y lo incorrecto en un país poco dado al análisis de lo complejo. A su favor puede considerarse que su oposición al gobierno fue siempre dentro del marco de la ley, y que nunca promovió medios que implicaran la violencia para el cambio.
El fallecimiento de Paz y las prolongadas estancias fuera del país de Fuentes despejaron en la opinión pública a las figuras de una estatura intelectual similar o superior, a lo que se sumó un convenio de voluntades y emociones entre sus amigos más influyentes para proclamar la preeminencia del maestro Monsiváis como La Conciencia de México.

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