domingo, 20 de junio de 2010

CON 2 BANDERAS CARLOS MONSIVAIS

Con su muerte, el escritor mexicano Carlos Monsiváis ha obrado una más de sus singulares hazañas. Gobernantes de distinto signo lograron ponerse de acuerdo para que el cronista fallecido sábado 19 DE JUNIO DE 2010, a la edad de 72 años reciba el más amplio homenaje posible. Así, en esta suerte de ecumenismo político, autoridades del Gobierno de la Ciudad de México (PRD, izquierda) y del gobierno federal (PAN, derecha) dejaron a un lado sus diferencias y dieron inicio la noche misma del sábado a los actos en honor de quien perdiera la vida a causa de un fibrosis pulmonar
Envuelto en una bandera mexicana y otra del orgullo homosexual, el féretro de Monsiváis fue instalado la noche del sábado en el Museo de la Ciudad de México, en el centro histórico de la capital mexicana, hasta donde se desplazaron miles de personas para comenzar a despedir al autor de Días de guardar. Las exequias continuarán este domingo, cuando el ataúd sea llevado al Palacio de Bellas Artes, máximo recinto cultural del país, para otra jornada de honores.
En el Museo de la Ciudad, los restos de Monsiváis fueron recibidos con una ovación. De inmediato se empezaron a montar las guardias de honor, entre los primeros que estuvieron en las mismas fueron el gobernador del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, el secretario (ministro) de Educación Pública, Alonso Lujambio, el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, José Narro, y sus grandes amigas: la escritora Elena Poniatowska, la presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Consuelo Sáizar, y la feminista Marta Lamas.
Políticos, escritores, intelectuales, periodistas, familiares, activistas, amigos y ciudadanos de a pie llenaron el patio en una ceremonia que tuvo desde mariachis hasta cantos cristianos. Se entonó el Himno Nacional, el Ave María, se recitó un Salmo -la familia de Monsiváis es del culto protestante-, se escucharon danzones y boleros y, en uno de los momentos más emotivos, se le aplaudió de manera ininterrumpida durante más de siete minutos.
Ecléctico velorio
Junto al féretro, una foto de Monsiváis acompañado de un gato amarillo parecía divertirse con el ecléctico velorio. Pasada la medianoche del sábado, hora mexicana, llegó el ex candidato presidencial de la izquierda Andrés Manuel López Obrador, presencia que coronó la primera parte del homenaje. A partir de las 10 de la mañana (cinco de la tarde, hora peninsular española), Monsiváis regresará a Bellas Artes, pero esta vez no presentará ningún libro o dictará conferencia alguna, pero como siempre recibirá carretadas de aplausos de sus miles de agradecidos admiradores

Su casa olía a gato y su escritura, a libertad. Nunca se casó con nadie, salvo con esas dos pasiones suyas. Hace ya muchos años llegó a confesar: "Sin mis libros me sería imposible vivir y sin mis gatos, también. Los libros no aúllan ni los gatos proporcionan sabiduría, por eso no podría elegir. Preferiría entonces vivir sin mí". Y así fue: el día que los médicos le quisieron apartar de sus muchos gatos para preservar sus pulmones, sus amigos supieron que también lo estaban condenando a muerte.
Lo mismo hubiese pasado si a algún incauto se le hubiese ocurrido alejar a Carlos Monsiváis de la libertad. Nunca la traicionó. Y cuando tuvo que elegir entre la libertad y los suyos, siempre la eligió a ella. No tuvo empacho en criticar a Cuba por su homofobia o a López Obrador cuando el candidato de la izquierda a la presidencia de México en 2006 decidió ocupar la calle para protestar por su derrota. Siempre huyó del abrazo de los poderosos, pero supo estar junto a sus viejas amistades, como la cantante Chavela Vargas, cuando su voz se fue apagando y los famosos amigos de ocasión la abandonaron. Jamás fue bien peinado o con corbata, pero su pelo blanco y su sonrisa eran lo más elegante de cualquier reunión. Y, sobre todo, lo más querido...
Porque los mexicanos amaban a Carlos Monsiváis. Lo leían en los libros y en los periódicos, lo escuchaban en conferencias y en la radio, lo veían en la televisión, pero su omnipresencia en la vida pública o su sabiduría total no lo convirtieron en un escritor famoso, sino en un escritor querido. Es difícil explicar fuera de México la pasión que Carlos Monsiváis o José Emilio Pacheco despiertan. El pasado diciembre, durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, uno y otro vivieron un momento que los hizo inmensamente felices. Junto a Sergio Pitol se hicieron una foto muy parecida a la que, justo 50 años antes, les habían tomado en la ciudad de México. A Pacheco, emocionado, se le atravesó un presagio: "Esta será la última vez que...". Ayer, desgraciadamente, la muerte le completó la frase.

No puedo concebir un México sin la presencia ubicua de Carlos Monsiváis. Durante muchos años nos acostumbramos a leerlo, a escucharlo en conferencias por todas partes y en programas de radio, y a verlo en la televisión a tal punto que parece imposible resignarse al nunca más.
Perdemos una conciencia crítica irreemplazable. Nos queda, en cambio, una obra vastísima que empezó en Días de guardar (1970) y culminó en Apocalipstick (2009), uno de sus grandes libros.
Fue valiente, lúcido, implacable. Estuvo siempre con las minorías y los oprimidos. Esto lo saben todos. Menos apreciada es su labor de crítico literario y, en particular, crítico de poesía. Era un excelente lector poético y tal vez el último que se sabía poemas de memoria.
Para mí es una pérdida irreparable. Termina una amistad de medio siglo, pero no acaba la deuda muy grande con su inteligencia y con su agudeza. Estuvimos juntos en muchas partes, desde Estaciones en nuestra adolescencia hasta las revistas de este siglo XXI.
Lo descubrí en Medio Siglo donde publicó dos ensayos deslumbrantes, uno sobre novela policial y otro acerca de la ciencia-ficción. Son obra de un adolescente de 18 años y, sin embargo, pueden leerse como si hubieran sido escritos anoche.
Ante su muerte sólo podemos leerlo y releerlo y darle al fin el sitio que merece entre los grandes escritores mexicanos de todos los tiempos.

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