domingo, 20 de junio de 2010

DE ESTE MUNDO: DOS ESCRITORES SE VAN

Rafael Michel.

El mexicano Carlos Monsiváis y el portugues José Saramago, ya partieron de éste mundo. Sus obras se quedan. Cada uno con su propio estilo y con la enseñanza que nos dejan en sus libros.
José Saramago, el melancólico rebelde.
En cambio no puedo concebir un México sin la presencia ubicua de Carlos Monsiváis. Durante muchos años nos acostumbramos a leerlo, a escucharlo en conferencias por todas partes y en programas de radio, y a verlo en la televisión a tal punto que parece imposible resignarse al nunca más.
Acá en Tijuana, Baja California por más que recomiendo a los jóvenes que lean, no lo hacen. Pero creo que los adultos sí tenemos algo de cultura.
Pero así lo difundieron todos los diarios nacionales e internacionales:
El primer Nobel portugués, José Saramago, muere en su residencia de Lanzarote a los 87 años de edad tras dejar una obra marcada por el pesimismo y la denuncia
'Memorial del covento' ha acompañado a José Samarago en su último viaje. El Nobel portugués ha sido incinerado en la capital lusa junto a una edición de ese título, una de sus obras fundamentales y gracias a la que conoció a su mujer, Pilar del Río.
La obra fue depositada junto a su féretro por Eduardo Lourenco, coetáneo de Saramago y considerado uno de los intelectuales portugueses más destacados del siglo XX.
Lourenco entregó el libro, con lágrimas en los ojos, a Pilar del Río, y escribió unas palabras que nadie leyó, ya que fue cerrado y depositado junto al féretro en la capilla ardiente del Salón de Plenos del ayuntamiento lisboeta.
Por deseo de su ahora viuda, el libro fue colocado entre las manos del escritor antes de cerrar el féretro e incinerado con él.
Una celestina involuntaria
Blimunda, la protagonista de 'Memorial del convento' y una de los personajes femeninos más importantes y logrados de Saramago, fue también la celestina involuntaria entre José y Pilar.
Ocurrió en 1986, cuando Pilar del Río, entonces una joven periodista que trabajaba en Sevilla, compró el libro y le gustó tanto que lo regaló a sus mejores amigas, a las que comentó su determinación de conocer a ese hombre capaz de llegar tan al fondo del alma femenina a través de Blimunda.
Lo llamó a Lisboa, le explicó que le gustaría conocerlo y quedaron al 14 de junio de 1986. Así quedó señalado en la agenda anual de Saramago, junto a una flor seca. Una agenda que, junto a toda su obra, forma parte de la exposición Saramago: la consistencia de los sueños, que se ha podido ver en Lanzarote, Sao Paulo y Lisboa.
Las cenizas de Saramago y Blimunda -así se llama también la casa del escritor en Lisboa- reposarán en breve en un lugar de la capital que no ha sido revelado, pero es deseo de su viuda que sea un sitio que permita a los lectores de José sentarse a leer sus obras o dejarle flores.
Saramago, a cuyas honras fúnebres asistieron numerosas personalidades, amigos y autoridades de Portugal y España, falleció el viernes, a los 87 años de edad, en su casa de Lanzarote y sus restos fueron velados desde ayer sábado en Lisboa

El pasado mes de noviembre Saramago se dejó caer por Madrid para presentar su última novela, Caín, en la que volvía a reinterpretar, en clave crítica, la Biblia. Su rostro, consumido y grave, era un presagio de que el fin estaba cerca. Un caminar frágil y dubitativo añadía mayor carga dramática a la escena. La muerte le acechaba por los rincones. Hoy le ha asestado el golpe definitivo y nos ha dejado sin el primer Nobel de la lengua portuguesa, un autor cuya obra se vertebró a partir de la melancolía, la pobreza y la rebeldía contra las infinitas iniquidades de este mundo.

Todo empezó en Azinhaga, en 1922. En ese pequeño caserío del distrito de Ribatejo, a 100 kilómetros de Lisboa, vio la luz por primera vez Saramago. Y lo que encontró no era un panorama muy alentador. Sus padres, campesinos sin tierra, tenían muchas dificultades económicas. Cuando tenía tres años se trasladaron a la capital, en busca de mejorar su fortuna, pero ésta se mostraba esquiva. Las penurias continuaban cercándoles. Ese origen quedó grabado para los restos en la conciencia del futuro escritor, que siempre tuvo claro al lado de quién debía estar: su pertenencia al Partido Comunista portugués, que tantos reproches le ha ocasionado, se ha mantenido inquebrantable hasta hoy, día de su muerte.

Su carrera literaria estuvo soterrada durante décadas. La biblioteca pública de barrio amamantó sus afanes lectores desde que era un niño. Los primeros libros -poesía sobre todo-, publicados en la década de los 40, se estrellaron contra el ninguneo de la industria editorial, de los lectores y de la crítica. Nadie le prestó demasiada atención. Saramago entonces se agazapó en un trabajo gris como administrativo. Seguía escribiendo, pues su vocación le empujaba a hacerlo, pero sus esperanzas de ser alguien en la literatura portuguesa se habían evaporado. Su escritura se centró en el ámbito periodístico, como crítico literario.

Tres décadas transcurrieron hasta que retomó el pulso de la novela. En 1977 aparece Manual de pintura y caligrafía. Pero cuando realmente empieza a llamar la atención de los estamentos culturales del país luso fue cuando publicó, en 1982, Memorial del convento, en la que reconstruye los horrores que la Inquisición infligía al pueblo. Este libro incomodó a la Iglesia, que ya desde ese momento sería una tradicional enemiga de su obra. El desencuentro entre la institución eclesiástica y el autor se fue acentuando con la publicación de El evangelio según Jesucristo (1991). Los católicos portugueses lo consideraron una ofensa directa contra su credo. Los ataques contra el escritor se recrudecieron de tal manera que éste optó por abandonar el país e instalarse en Lanzarote, donde ha vivido desde entonces con su mujer, la periodista Pilar del Río. Caín, su última novela, insistía en remover los cimientos en los que se asienta la fe cristiana. Durante la presentación de este libro en Madrid llegó a decir que la Biblia era el “perfecto manual de las malas costumbres humanas” y un libro “donde reina la muerte y la violencia”.

En su obra también sobresale una profunda introspección en la condición humana. Saramago refleja el alma de los hombres en muchas de sus novelas, y afloran sus virtudes y sus miserias: la avaricia frente a la generosidad, la integridad frente a la doblez, la tolerancia frente a los prejuicios... Ejemplos paradigmáticos de esta vertiente analítica son Ensayo sobre la ceguera (1995), adaptada al cine por Fernando Meirelles, y en la que todos los habitantes de una ciudad van progresivamente perdiendo la vista; La caverna (2000), en la que denuncia la desaparición del mundo rural y la eclosión de los megacentros comerciales en los que, poco a poco, es posible vivir sin necesidad de salir de sus muros; y Ensayo sobre la lucidez (2004), un tratado personalísimo sobre los límites y debilidades de la democracia.

El espaldarazo definitivo a su dedicación por la literatura lo recibió Saramago en 1998, cuando la Academia Sueca decidió concederle con el premio Nobel. En su discurso elogió el mundo campesino de donde procedía y en particular a sus abuelos: “Los hombres más sabios que he conocido, y eso que no sabían ni leer ni escribir”. El autor portugués sacaba a colación a Gramsci cuando se veía obligado a definirse como hombre: “Pesimista por la razón y optimista por la voluntad”. Y su obra suscribe esa afirmación. El tono desesperanzado de su narrativa esconde en el fondo un deseo de cambio, de mejorar, siquiera levemente, un mundo carcomido por la injusticia.

"La lucha continua", el lema del Partido Comunista Portugués, ha sido la frase más coreada por las personas que se han desplazado hasta el Cementerio del Alto de Sao Joao para despedirse de José Saramago. Con los libros del novelista en alto, aplausos interminables y muchos claveles rojos, los portugueses no paraban de repetir "obrigado", dando las gracias al único Premio Nobel de su Literatura.
También le dieron las gracias las diferentes personalidades que intervinieron en el funeral que se ha celebrado esta mañana en el Salón de Honor del Ayuntamiento de Lisboa. La vicepresidenta española, María Teresa Fernandez de la Vega, le ha dado las gracias en nombre de todos los españoles porque "ha sido una de esas pocas personas que saben hacer sonar las cuerdas del alma, que saben recordarnos que podemos y deber tener grandes sueños, tan grandes que nunca los perdamos de vista".
Desde el otro lado del salón, la viuda del escritor, la periodista Pilar del Río, escuchaba atenta las palabras de la vicepresidenta española y no dejaba de mirar a su marido, con la misma mirada de cariño y admiración con la que le contemplaba en vida. Emocionada, a su lado, la hija de Saramago, Violante, entrelazaba sus dedos con los de Pilar, y sus dos hijos, los nietos de Saramago, con los rostros desencajados, escuchaban las despedidas de los admiradores de la obra del escritor, en presencia de los que también fueron sus amigos.
Las cenizas se quedarán en Lisboa
El primero en hacerlo fue el alcalde de Lisboa, Antonio Costa, quien desveló que las cenizas de José Saramago se quedarán en la capital portuguesa, poniendo fin a las especulaciones de la prensa española y portuguesa durante los últimos días. En un primer momento se había dicho que las cenizas de José Saramago serían repartidas entre su aldea natal, Azinhaga, y su residencia de Tías, en Lanzarote.
Al final, los restos del novelista se quedarán en la misma ciudad en la que queda su fundación. En su representación habló el ensayista y amigo Carlos Reis, quien ha dicho que "ésta es una despedida sin adiós, porque la obra de José Saramago se queda con nosotros, es eterna". A continuación, un secretario general del Partido Comunista emocionado recordaba al camarada que "fue más que un escritor, fue un hombre que creyó en los seres humanos incluso cuando los interrogaba". "Él sabía que su obra y su lucha serían algo inacabado, pero que habría valido la pena; el homenaje más sincero lo haremos persiguiendo su ideal", remató el comunista Jerónimo de Sousa.
'Si Dios existe, tendrá fe en él'
El funeral terminó con la interpretación al violonchelo de una pieza de Bach, interpretada por Irene Lima, que usaba un vestido rojo que pertenecía a Pilar. Momentos antes, la ministra de Cultura portuguesa, Gabriela Canavilhas, se despedía de Saramago a través de todos los personajes con los que construyó su vasta obra. Entre ellos, la ministra citó "al hombre que cuando murió partieron dos, él mismo, abrazado al niño que había sido", palabras con las que el propio Saramago describió su partida de este mundo. "Saramago no tenía fe en Dios, pero si Dios existe, seguramente tendrá fe en él". Estas palabras de la ministra de Cultura hicieron sonreír a Pilar del Rio.
Después, cuando el cuerpo de su marido estaba a punto de ser incinerado, en el cementerio del Alto de Sao Joao, una mujer, con un clavel rojo en las manos, decía "que Dios lo ponga en el cielo". Pero si Saramago no creía en Dios, le aclaraba un periodista. Y ella respondía, "no importa, Dios siempre perdona". Queda la duda de saber si José Saramago, tras su muerte, le habrá perdonado a Él.
Tras el funeral, su cortejo fúnebre recorrió el centro de la capital portuguesa, entre los aplausos de las muchas personas que acudieron a darle un último adiós, en dirección hasta el cementerio del Alto de Sao Joao, donde sus restos fueron incinerados en una emotiva ceremonia.
En este último adiós, su esposa, Pilar del Río, le recordó como "un hombre bueno, una excelente persona y un magnifico escritor" y transmitió con serenidad a quienes le acompañaban, los presentes y los ausentes un mensaje: "Sólo deben llorar hoy quienes no le conocieron

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