Rafael Michel
I
Fue impactante.
Fue impactante.
Fue sorpresivo. Sorpresa
total.
No lo podíamos creer
los católicos.Pero sí sucedió: El papa renunció.
Desde el Vaticano hasta el resto del mundo –en Tijuana, Baja California- la noticia causo extrañeza.
Por ello coincido con muchos colegas, que les gusta expresarse, opinar o hasta levantar polémica, cuando dicen que es importante detenerse en algunos párrafos del prístino mensaje leído en el Consistorio de los Obispos por el Papa: “Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”.
Luego de señalar que frente a las rápidas transformaciones del mundo de hoy la tarea del Papa requiere “el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que se me ha encomendado” agrega, “por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma”.
II
La renuncia del Papa es un gesto de humildad de enorme dimensión. Es un reconocimiento realizado en plena libertad -como él lo dice- de las limitaciones del ser humano para ejercer una pesada función. Es un gesto inequívoco de responsabilidad, consciente y meditado, de que aún para el Papa, la institución -la Iglesia- está por encima de las jerarquías y los honores personales, pero que a la vez la institución divina necesita de los hombres para su realización.
Debe recordarse que Benedicto XVI dedicó su vida entera a servir a la Iglesia cumpliendo funciones y tareas de invalorable importancia. Ordenado sacerdote en 1951, recorrió todo el camino y las jerarquías de la institución.
Teólogo de fuste, reconocido dentro y fuera de la Iglesia, fue el colaborador más cercano e importante del admirado Juan Pablo II, quien lo designó en el cargo de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, custodio de la Fe. Entre los muchos asuntos de importancia que llevó a cabo el cardenal Ratzinger sobresale el de Presidente de la Comisión para la preparación del Catecismo de la Iglesia, trabajo realizado entre 1986 y 1992, presentado a Juan Pablo II y vigente hoy en la Iglesia. Se entiende, sin dificultad, que ya no tenga energía para seguir. Ha entregado hasta la última gota sirviendo a la Iglesia y sus fieles.
III
Su gesto de renuncia honra al lema que adoptara cuando fue designado arzobispo de Munich y Freising en 1977: “Colaborador de la Verdad”. Explicaba: “Escogí este lema porque en el mundo de hoy el tema de la verdad es acallado casi totalmente, pues se presenta como algo demasiado grande para el hombre y, sin embargo, si falta la verdad todo se desmorona”.
Con su renuncia, Benedicto XVI, como colaborador de la verdad, ha realizado una formidable contribución: ha sacado a luz, sin temor, la crisis de la Iglesia, que en mucho coincide con la crisis global de la humanidad. Graves situaciones tapadas por muchos años. Corrupción, hipocresía, ambiciones desmedidas por cargos, honores y, en ocasiones, dinero.
Benedicto XVI es el Papa de la limpieza. Quizás por eso se sentía bastante solo, abandonado. Su extraordinaria decisión contribuirá a dejar aún más expuestos los elementos que le hacen daño a la Iglesia que, ante la disyuntiva, no debe quedar a medio camino sino avanzar con decisión contra la corrupción que corroe todas las instituciones. Es que su renunciamiento no sólo alude a las fuerzas físicas del Pontífice. También hace referencia al vigor espiritual. Más allá de las palabras todo es conjetura. Sin embargo, la magnitud de ese acto abre legítimas dudas respecto de las fuerzas y los intereses que originaron y que se esconden detrás de la decisión. Dudas que no debieran quedar abiertas.
Hay un hecho nuevo y es que la mayoría de los católicos ya no están en Europa; se han desplazado al mundo hispánico. También incluye Filipinas, EEUU, Canadá, Australia y ahora se expande al sureste asiático. En América Latina sobresalen Brasil y México. Sería natural que el sucesor fuera un Papa de esta región que, acompañado por estructuras firmes en numerosos países, afrontara el desafío de establecer una Iglesia limpia y fuerte, revestida de la belleza antigua y siempre nueva, como la definió San Agustín,
IV
El 11
de febrero es un día histórico que convierte a 2013 en el año de dos papas, así
como 1978 lo fue de tres. Esta fecha también hace que la nuestra, sea una
generación en la que nos ha tocado ser testigos de la renuncia del Romano
Pontífice.
Durante
el Consistorio Público Ordinario para las causas de canonización, el Santo
Padre se expresó en latín para dar a conocer cuatro causales de su renuncia;
dos causas -visibles para nosotros- de su decisión: “la edad avanzada” y “la
falta de fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”; y otras dos
causas que nos resultan invisibles.
Por
la importancia histórica del acontecimiento, reproduzco enseguida el texto de
la renuncia al solio pontificio de Benedicto XVI:
“Los
he convocado a este Consistorio, no sólo para las tres causas de canonización,
sino también para comunicarles una decisión de gran importancia para la vida de
la Iglesia. Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia,
he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para
ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este
ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente
con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando. Sin
embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por
cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san
Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo
como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal
forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me
fue encomendado. Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con
plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor
de San Pedro, que me fue confiado por medio de los Cardenales el 19 de abril de
2005, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede
de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante y deberá ser convocado, por
medio de quien tiene competencias, el cónclave para la elección del nuevo Sumo
Pontífice”.Las otras dos razones -invisibles por ahora- que el Papa deja entrever en el cuerpo del texto del anuncio de su renuncia, que le llevaron a tomar tan extrema decisión, son: “Rápidas transformaciones” en el mundo y “cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro”. Estas otras dos causales hacen que nos preguntemos cuáles podrían ser, para el Santo Padre, las “transformaciones” y las “cuestiones” que le impiden “gobernar la barca de san Pedro”.
V
El canon 332 del Código de Derecho Canónico establece, en su párrafo 2, que “Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente”. Benedicto XVI ha manifestado formalmente su renuncia y ha declarado que lo hace con plena libertad. Así cumple con ambos requisitos, pero es evidente que su decisión es muy cercana en el tiempo, pues renunciar en pleno Año de la Fe, convocado por él mismo, es muestra de que para el Santo Padre era urgente renunciar cuanto antes, sin esperar al término de esta celebración, que pasará a la historia como el Año de la Fe pero también como el Año de la renuncia del Romano Pontífice.
Oremanos por el Santo Papa, desde Tijuana hatas el Vaticano.
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