domingo, 6 de noviembre de 2011

FAROL DE LA CALLE OBSCURIDAD DE TU CASA

Rafael Michel
La historia no es única.
Se repite una y otra vez.
Con el tiempo, la factura sale cara.
Hay muchos personajes respetables ante a sociedad que le hacen honor al refrán: "farol de la calle, obscuridad de tu casa". No lo entiendo, pero la verdad que es triste y lastimoso todo el odio que muchos padres de familia están haciendo que los hijos le tengan. El tiempo es la mejor factura, todo se cobra.

Entre más se va acercando la tira de cuero a la espalda quinceañera de una niña con parálisis cerebral, más va tronándose la finísima línea entre lo que es disciplina aplicada y lo que es ser un padre abusivo. Cada laceración subsecuente continúa descomponiendo el aura vivencial de la figura paterna, hasta que ésta termina inmóvil en las garras sofocantes del punto sin retorno.

Luego entra a la escena la madre, y suponemos que apareció para apaciguar los ánimos (sabemos que las esposas siempre han sido bendecidas con el don nato de la conciliación). Pero observamos lo contrario y terminamos explotando de coraje: otro trozo de cuero gastado en la mano de la señora se une al concierto de golpes agudos, tan perfectamente orquestados, que como espectador uno asume que ésta no es la primera iteración.

Esta ocasión, sin embargo, habemos testigos: cientos de miles de videntes en YouTube que al unísono acentuamos la contracción de nuestros puños cada vez que se dispara un nuevo grito de la adolescente; hasta que nuestros huesos no aguantan más y la rabia nos revienta las mandíbulas.

Internet nos abrió las puertas de la residencia de los Adams (ninguna relación con la cueva de Gomez y Morticia) y me recordó que existen hogares que tiemblan cuando se mete el sol. William Adams, juez texano –paradójicamente especializado en casos de abuso familiar– se dedicó a repartirle latigazos a su niña durante más de siete años con el pretexto de estarla “disciplinando”, hasta que le afloraron los instintos de supervivencia a la criatura y decidió videograbar una de las sesiones en secreto. Después se pescó del ordenador y nos hizo llegar el paquete.

Tras la publicación de esta joyita llovieron miles de llamadas y solicitudes en línea pidiendo la destitución y el encarcelamiento de este miembro del sistema penal norteamericano. La niña se aventuró a dar un par de entrevistas a nivel nacional que se me atravesaron en la tele y aquí me tienen uniéndome al tsunami de la indignación.

Podría entender que en tiempos pasados se consideraba que una nalgadita de vez en mes era necesaria para “mantener a los hijos en línea”; y que, ante la falta de investigación por parte de la comunidad académica y psicológica, los jefes del hogar no se sabían otra más que sacar el cinturón cuando querían dejar (literalmente) bien marcada su postura. Pero hoy ya llovió. Este tipo de cosas ya no pueden ser justificadas.

Hoy en día, el padre de familia que no pueda impartir las bondades del buen comportamiento, valiéndose de la proyección de un ejemplo de vida propia y de una buena dosis de firmeza al hablar, no tiene nada que andar haciendo custodiando a sus muchachos. Soy testigo de la eficiencia de una educación justa y enfáticamente respetuosa, así es que no me vengan. No salí tan jodido. Les pudo haber tocado a los padres lo peor cuando eran chicos, pero no es excusa; basta un dedo encima del huerco para abrir una compuerta dificilísima de cerrar.

Imagino la torpeza sexual que este señor ha de exhibir a la hora de estar con su esposa, y el efímero golpe de virilidad distorsionada que recibe cada vez que golpea a una criatura que en su mente le pertenece. No sé cómo operan, realmente, las telarañas que decoran la mente de los infrahumanos como él; pero me queda clarísimo que no se puede ser juez y parte. ¿Imperdonable?

Por ello mi insistencia:
La historia no es única.
Se repite una y otra vez.
Con el tiempo, la factura sale cara.
Hay muchos personajes respetables ante a sociedad que le hacen honor al refrán: "farol de la calle, obscuridad de tu casa".

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