Rafael Michel.
La visita del Papa Francisco dejo varias reflexiones:
Ratifico su forma de
dar el mensaje. Su forma de persuadir.
Reafirmó que no debemos de perder la fe y la esperanza.
Dejo sendos mensajes. Claros. Precisos. Certeros.
El impacto de la visita del papa Francisco a México no se puede
medir fácilmente.
Como lo reafirma el investigador Roberto Blancarte, del
Colmex, que en términos estrictamente materiales, hay quien ha querido promover
la idea de que esto ha beneficiado al turismo religioso. Se habla de una
derrama económica de muchos millones de pesos. Pero por otro lado, hay quien ha
señalado el enorme gasto que ha representado esta visita y sobre todo su origen
público. En efecto, no sólo el gobierno federal sino también los gobiernos
estatales se han visto obligados a dedicar no pocos recursos del erario público
para sufragar los gastos de la visita: seguridad, transporte, logística,
remozamiento de edificios públicos, de vialidades, etc. Las preguntas son
inevitables: ¿Era necesario tanto gasto? ¿Es válido que el dinero público sea
utilizado para recibir al dirigente de una religión? ¿No significa esto un
claro caso de inequidad en el trato hacia el resto de las iglesias y
agrupaciones religiosas? Las respuestas no son simples. Los gobiernos están
obligados de por sí a ofrecer cierta seguridad a algunos visitantes
distinguidos, aunque no sean funcionarios de algún país con el que tenemos
relaciones. Pensemos por ejemplo en el Dalai Lama. Pero si el gobierno gasta
con uno, tendría que gastar con todos, lo cual no sucede. La mayoría de los
dirigentes religiosos que llegan a México se pagan sus propios gastos o éstos
son sufragados por sus fieles. En el caso del papa Francisco, es evidente que
la Iglesia católica está pagando muy poco y que la mayor parte de los gastos
están corriendo por cuenta de los gobiernos estatales, pero sobre todo del
federal. La cuestión se complica porque además México tiene relaciones con un
sujeto de derecho internacional que se denomina Santa Sede y a cuya cabeza está
el Papa.
Todo lo anterior me conduce al punto final de esta
reflexión. Efectivamente esta visita podría ser benéfica para el estado de
ánimo de los católicos y quizás hasta de los creyentes de otras religiones y
los no creyentes. Pero difícilmente la visita tendrá un impacto mayor en
cuestiones sociales, como la disminución de la violencia o el mejor trato hacia
los migrantes. La mayor parte de la gente quiere ver, más que oír, al Papa. La
asimilación de sus enseñanzas, suponiendo que sean positivas para nuestra convivencia
plural, lo cual no está garantizado, será probablemente tan efímera como la
visita. En cambio, el daño para esta convivencia podría ser muy grande si
nuestros funcionarios no entienden la razón de la existencia de un Estado
laico. Así por ejemplo, si el presidente de la República decidiera asistir a
una ceremonia religiosa de culto público, argumentando que lo hace a título
personal (como si la gente pudiera hacer abstracción de que se trata del
presidente), la señal que estaría mandando es que cualquiera puede violar las
leyes, dándole la vuelta a sus principios. Y eso sí sería un enorme perjuicio
causado por esta visita, aunque no sea culpa del Papa.
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