sábado, 3 de septiembre de 2011

TIJUANA DE PELICULA.

Rafael Michel

Los reportajes de la ciudad más visitada del mundo, Tijuana, están al día. Algunos ciertos y otros inventados. Esa es la literatura. Crear imaginariamente y luego escribirlo, inventarle y ponerle.
Pero no todo es negro y negativo de Tijuana. Se habla de verdad pero de lo malo, pues también hay cosas importantes e interesantes. Cosas positivas de donde también se puede hacer de Tijuana una película.
Tijuana le habré los brazos a quién venga. Le da trabajo. De da donde dormir. Le da una tierra, una casa. Le hace esperar un futuro promisorio.

Un diario -de la prensa internacional- de españa hizo un reportaje sobre Tijuana.

Y se publicó así:

Del maletero del coche blanco, lentamente, van cayendo gotas de sangre. Ya hay un charquito y muchas moscas cuando llegan dos coches de policía. Ni siquiera acordonan la calle. Harían falta muchos metros de cinta y muchos policías para acordonar todas las calles de Tijuana donde aparecen ejecutados, con cabeza o sin ella, sumergidos en bidones de ácido o simplemente acribillados a balazos de AK-47 o AR-15, los fusiles preferidos de los sicarios. Desde la noche del jueves a la del viernes han sido ejecutadas ocho personas en la capital del Estado de Baja California. La última, una niña de tres años.-¿Qué andan haciendo aquí?

Nada más irse la policía, que se ha llevado en una grúa el coche blanco cargado de muertos, aparece un Ford Focus gris con las matrículas veladas por un plástico negro. El que va de copiloto -un tipo muy grueso, de unos 40 años- se encara con los únicos que aún quedan en la calle Romano, un reportero y dos fotógrafos. Les pregunta cómo se llaman, quiénes son, qué andan haciendo allí. Sin casi esperar respuesta, les advierte:

-No me gusta que estén aquí.

-¿Por qué?

-Porque éste es mi territorio.

-¿Su territorio?

-Ya fueron advertidos, señores. Que tengan un buen día...

El coche gris se marcha, lentamente. El tipo grueso aún tiene tiempo de hacer un gesto de váyanse con la mano. Los periodistas se quedan perplejos. Tal vez sólo sea un fanfarrón, pero a nadie le apetece quedarse a comprobarlo. Tampoco es factible llamar a la policía. Casi en ningún lugar de México ésa es una buena opción, pero en Tijuana lo es aún menos.

Hace sólo unos días, el Ejército detuvo y trasladó a la capital del país a 21 policías de la ciudad. Otros 17, viendo lo que se les venía encima, decidieron poner tierra de por medio y ahora están siendo buscados con la ayuda de Estados Unidos. Se les acusa de servir a un poderoso cártel de la zona, el de la familia Arellano Félix, protegiendo las rutas de la droga, entorpeciendo investigaciones oficiales, asesinando a sicarios rivales...

-Sí, los pudimos detener gracias a la confesión de El Güero Camarón...

A pesar de lo chistoso de su alias -algo así como la gamba rubia-, Luis Ramírez Vázquez fue hasta hace sólo unos meses uno de los personajes más peligrosos de Tijuana. Sus manos se mancharon muchas veces de sangre y siempre según los caprichos del mejor postor. Durante años fue un fiel servidor de los Arellano Félix, pero cuando el cártel empezó a fragmentarse -en buena parte por los embates del Ejército y de los federales- dejó a sus antiguos jefes y se alistó en una de las nuevas facciones, sin duda la más criminal, la que todavía dirige desde algún lugar de la frontera uno de los narcotraficantes más temidos, Teodoro García Simental, alias El Teo.

La vida de traidor no es fácil en Tijuana. Aquí no se piden explicaciones. Desde el 26 de septiembre pasado han sido ejecutadas en el Estado de Baja California 252 personas, el 90% de ellas pequeños traficantes. Los Arellano Félix pusieron precio a la cabeza del rubio, pero se les adelantó la policía.

El Güero Camarón fue detenido y no tardó en cantar. Su información resultó ser un filón. Uno de sus cometidos en las organizaciones a las que sirvió era encargarse de la nómina. Él pagaba a los policías corruptos. Se conocía de memoria sus nombres, sus caras, la tarifa por mirar para otro lado y otra más alta por utilizar el revólver. A mediados de esta semana, 46 policías de Tijuana fueron detenidos e interrogados. La mitad quedó libre por falta de pruebas. El resto fue trasladado en un avión del Ejército a la capital del país. El dispositivo de seguridad militar que el miércoles por la mañana los llevó desde el aeropuerto Benito Juárez hasta la sede de la policía fue tan numeroso que hasta corrió el rumor -ampliado por la televisión- de que el Ejército estaba tomando la sede central de la Procuraduría General de la República. Un portavoz se apresuró a desmentir una noticia que, aunque descabellada, no llegó a sorprender en un país curado de espanto:

-Todo está en orden. Sólo se trata de la escolta militar de los policías de Tijuana detenidos. No más que vienen muy acompañaditos.

Son las nueve de la noche del viernes. Desde los ventanales de la décima planta del hotel Marriot se tiene una magnífica vista de la ciudad. Un río de coches se encamina lentamente hacia la frontera con Estados Unidos. Otro río, no menos caudaloso, se dirige en dirección contraria hacia el concierto de Los Fabulosos Cadillacs, un grupo argentino de gira por México. La ciudad, como el resto del país, se resiste a claudicar ante el terror. Las calles están más vacías que antes, las madres no sueltan de la mano a sus hijos en ningún momento, los vecinos del norte cada vez cruzan menos la frontera para venir a emborracharse o a ligar pagando en alguno de los cientos de tugurios que le dieron fama a la ciudad. De este lado de la frontera, decenas de taxis amarillos esperan sin éxito que se obre el milagro, que los vecinos ricos pierdan el miedo y regresen con sus dólares y sus ganas de juerga.

Rommel Moreno observa el espectáculo. Más de 20 hombres fuertemente armados vigilan de día y de noche que nadie se le acerque sin autorización. Él es el procurador general de Baja California, una pieza fundamental en la doble lucha en que está embarcado el Gobierno de Felipe Calderón. Una batalla hacia afuera -contra el narcotráfico- y otra más difícil aún hacia adentro -contra los policías y los políticos corruptos-. Rommel Moreno casi nunca pierde la sonrisa:

-Tengo una misión y voy a cumplirla. Soy un hombre creyente y ahora lo que hay que hacer es limpiar el país de tanta delincuencia. Tenemos que volver a sentirnos orgullosos de México.

Los datos que se van desgajando de la conversación con el procurador no son muy halagüeños. Su misión es cambiar la realidad, no maquillarla. Por eso confirma con pruebas que la situación de violencia extrema -más de 4.200 asesinados por encargo en el país en lo que va de año- aún tardará en remitir. Sólo en Rosarito, una de las cinco ciudades de Baja California, hay 500 narcomenudistas -así se le llaman aquí a los pequeños traficantes de droga-. En Tijuana la cifra aumenta a 1.500.

Si se tiene en cuenta que los distintos cárteles están en plena disputa del territorio, que el 90% de las armas que se están utilizando son nuevas -recién compradas en alguna de las múltiples ferias que adornan el lado norte de la frontera- y que los continuos golpes de la policía y el Ejército no hacen más que abrir agujeros de poder que enseguida tienden a ser ocupados a tiro limpio... No hay muchos motivos para esperar que la pesadilla que vive México -y en especial estas zonas calientes de la frontera norte- vaya a mejorar a corto plazo.

Suena el teléfono móvil. Es uno de los fotógrafos que cubren para periódicos de todo el mundo la guerra que se libra en Tijuana. Es la cuarta vez que llama en el día. La primera vez fue muy de mañana, para informar del coche blanco que goteaba sangre. La segunda vez fue para informar de un tiroteo entre sicarios y policías con el resultado de una víctima inocente, el dueño de una tienda que tuvo la mala fortuna de cruzarse en la trayectoria de las balas. Las siguientes llamadas -enmarcadas por el sonido de las sirenas- empeoraron la situación.

La noche del viernes se fue fundiendo en drama hasta hacerse insoportable. La imagen estaba ayer en la portada de los diarios locales. Una niña de tres años -pantalón vaquero, camisa blanca- inerte sobre el asfalto, en medio de un charco de sangre. Sobre la foto, un titular: "Incontenible ola de balaceras y muertos".

Debajo, la historia, una más, la de un policía, Fredy Fernando Matunaga, acribillado a balazos cuando circulaba en su coche acompañado de su familia. Los disparos en ráfaga de los fusiles AR-15 de los sicarios ni siquiera dudaron ante la presencia de la niña Jessy.

La desbandada ya ha llegado. Más de 400 empresarios han sacado a sus familias de la ciudad para ponerlas a salvo al otro lado de la frontera. Ellos van y vienen cada día u ocupan algunos de los apartamentos de máxima seguridad que ya se empiezan a construir para adaptarse a la nueva realidad. El perfil de una ciudad joven -apenas 140 años de historia- y tradicionalmente alegre está cambiando. Hay agencias que ayudan a las familias pudientes a pasar desapercibidas. Fuera la vida social, los lujos, los coches caros, la vida en escaparate. Hay empresas de vehículos blindados que se anuncian en los periódicos locales exhibiendo su máxima cualidad: el blindaje no se nota...

-Pero ni eso sirve ya -dice un agente de la policía federal-. Ya no se secuestran ricos. Será porque se fueron o porque llevan una escolta difícil de superar, lo cierto es que ahora cualquiera puede ser secuestrado. Los narcotraficantes necesitan dinero urgente con que pagar las drogas y las armas.

Durante años, la guerra de la droga en México -también aquí en Tijuana- era la guerra de los otros. Había muertes, muchas menos, y eran entre las bandas. Había secuestros, muchos menos, y las víctimas estaban entre el pequeño círculo de los que podían pagar un rescate muy alto. Ahora es distinto. La incontenible ola de balaceras y muertos ya se lleva por delante a gente inocente, ya la guerra no se libra en los arrabales conflictivos, sino que ha bajado, ya está aquí, en las colonias más tranquilas. Y entre los secuestrados hay médicos, arquitectos, dueños de tiendas de comestibles...

-Estaban sentados allí, delante de la banda.

El Negro Durazo es un restaurante muy popular en Tijuana. Sus dueños, procedentes de Sinaloa, ya llevan 10 años aquí y se han hecho con una clientela amante de sus tacos de camarón enchilado y del ruidoso sonido de la tambora. Hace sólo unos días, había 15 mesas ocupadas, sonaba la orquesta y los niños, como hoy, se divertían con un payasito que les regalaba globos.

-Fue en cuestión de segundos. Llegaron dos o tres, se fueron para la mesa donde estaban comiendo dos hombres jóvenes y ta-ta-ta-ta, los dejaron fritos. Traían puros cuernos -los fusiles AK-47- y, cuando el fotógrafo del restaurante los miró, también lo mataron. La gente se escondió debajo de las mesas, en el baño, hubo quien quebró los cristales y brincó por las ventanas...

Han pasado unos días y el restaurante vuelve a estar lleno. Incluso el camarero del Negro Durazo, que confiesa no haber dormido desde entonces, ensaya una sonrisa y una broma para quitarle hierro a la realidad.

-El restaurante se quedó vacío en segundos y, oiga, nadie regresó a pagar.

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