En esta ocasión voy a plasmar una reflexión de un libro que leí hace aproximadamente un año y que he querido compartir y considero que ya es tiempo de expresarlo.
El libro en cuestión se titula: “Carta a una profesora”[a]; la pregunta principal que desata este texto es: ¿Qué hago en la educación? La pregunta propone inicialmente dos respuestas desde dos enfoques: como alumno y como docente; ya que todos los que estamos inmersos en el entorno educativo, alguna vez fuimos alumnos y a su vez algunos alumnos serán o son docentes.
El leer las cartas de los alumnos de Barbania a los docentes y directivos de instituciones educativas al principio me lleno de indignación, porque percibí mucha amargura y resentimiento por parte de los alumnos; sin embargo, después al observarlo desde otro ángulo comprendí sus quejas, ya que me transporte a esos días de estudiante bachiller y recordé a dos personas que casi tenía olvidadas en las profundidades de mi memoria.
Recuerdo a una profesora que impartía cursos a los alumnos de primer semestre, después del primer examen departamental daba las calificaciones en voz alta y además a los reprobados les añadía: “Futuro título de suficiencia” o la célebre: “Yo creo que del primer semestre no pasas”; recordé la ira de dichas frases y la frustración de no poder contestarle lo que se merecía, ahora veo que era una persona inhumana y que en realidad estaba por cualquier motivo, pero no por vocación de enseñar.
Por supuesto yo fui una de esas reprobadas que con mucho trabajo logré reponer mi calificación y no presentar un ETS, a lo largo de los años, me inspiraba escribirle una carta y decirle todo lo que he logrado y no precisamente gracias a su “motivación”, sino al coraje que me inspiró su desprecio.
El segundo caso que recuerdo, me lleno de dudascuando, al final del bachillerato pensaba que ya lo había visto todo en cuanto a profesores, entonces llegó el “Gustavito”[b] de mis profesores. El señor – cuya clase era muy buena -, pero como persona, hacía exactamente la misma selección que aquellos profesores de Italia. Tenía un grupo de “niñas bien”, las cuales pertenecía según él a una clase social superior que los demás y con las que continuamente hacia vida social y además comentaba en clase lo divertido que estuvo, por no mencionar el hecho de que a cada rato nos decía que íbamos a terminar de “jala cables” en cualquier empresa. No lo comprendía, aunque con el tiempo entendí su forma de ser; su familia era humilde y con muchos trabajos logró terminar su carrera, supuse entonces que fue excluido cuando niño y que al relacionarse con “señoritos”[c], no se sentía inferior. De todos los alumnos que éramos al inicio del bachillerato, al final y a pesar de todo sólo desertaron cinco del grupo. Después de todo y al paso de los años, puedo decir cuál fue el motivo por el que yo estudie, fue el deseo de aprender, más que de salir de una clase social, el deseo de conocer y comprender lo que me rodeaba y que no entendía; por eso seguí y sigo estudiando, eso me hizo repeler el embate de las amenazas de la escuela y no sentir aborrecimiento por ella. Pero pienso en mis compañeros que nos dejaron y en los que terminaron con más trabajo que yo, pienso en lo que para ellos significaron esos años de lucha desesperada por pertenecer a un grupo: al selecto grupo de los “señoritos” Estas dos anécdotas podrían ser mi desahogo como alumno y parte de la contestación a la pregunta inicial de éste artículo; como estudiante utilicé muchas tácticas para no sentir la presión, la frustración y la crueldad de unos profesores y de un modelo educativo bueno para su época, pero mal aplicado en las aulas.
Ahora bien, después de haber desahogado a la alumna, puedo empezar a contestar la pregunta como docente; algo que estoy segura que no he hecho, es parecerme al primer ejemplo que puse, por el contrario, preocuparme por los distraídos, cansados y reprobados para saber el por qué de su conducta ha sido una de mis acciones docentes. Antes de leer éste libro, pensé que era entrometida porque al averiguar por qué reprobaban o qué los hacía ser desganados encontraba problemas familiares, existenciales, sentimentales y emocionales; sentí que me estaba metiendo en aspectos que no me concernían, pero al ver que esos problemas afectaban mis clases y que lo que algunos alumnos desean es ser considerados personas y que necesitan quién los escuche, es que recapacito y pienso que no es intromisión, más bien, interés humano y docente. También hay que considerar que para la época en la que el libro fue escrito, la escuela realmente era para unos cuantos y la sociedad de ese tiempo y de este han variado mucho; sin embargo los rasgos de racismo, separatismo e individualidad se han marcado mucho más en los últimos años, algunos por las corrientes sociales y económicas, otros, nosotros como docentes muchas veces propiciamos esas situaciones en las aulas, al permitir trabajos individuales y no fomentar el trabajo grupal y sus valores (Tolerancia, respeto, entre otros), al ser nosotros mismos ajenos a los alumnos que nos encomiendan las familias y el gobierno.
La función actual del docente debe dejar de ser como aquella tradicional en la que el respeto y la admiración se ganaban por la cantidad de poder que el profesor tenía sobre un grupo; debe ser la de un aprendiz constante de sus propios errores y un practicante aún más aguerrido de sus aciertos. De invitar a otros e invitarse a él mismo a que cada día potencialice sus cualidades y corrijan sus defectos, esto quizá debe empezar no como docente sino como ser humano para después poder enfrentarse al rol docente que se toma diariamente. El profesor debe ser una persona que tenga la vocación de enseñar y no sea egoísta, para así poder dedicarse por completo a los otros y dejar que le extraigan hasta la última gota de conocimiento (experiencias profesionales y personales), ser accesible a esos llamados de aprendizaje en ambas direcciones. La labor del maestro debe ser como dicen los alumnos de Barbania, engrandecida, siempre y cuando nosotros nos engrandezcamos ante los ojos de una sociedad que necesita de alguien que los guíe para aprender de la vida y que los escuche cuando tropiecen; de que las instituciones también se humanicen y vean la mancuerna docente – alumno, no como materia prima que produce cifras o ganancias (escuelas privadas), sino como seres humanos. Ese será el momento en que el alumno, docente e institución dejen de ofenderse y de ser indiferentes unos con otros. Bibliografía:Alumnos de Barbania. Carta a una profesora. Edit. Quinto Sol. México. 2000
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[a] Se trata de una obra escrita por los propios alumnos de una escuela marginal de un pueblo italiano. Pero es una escuela progresiva, que parte de la negación a los sistemas educativos imperantes, y lo hace desde los mismos procesos de selección.
[b] Se refiere a aquel niño que sus profesores o sociedad seleccionan no precisamente por sus notas sobresalientes, sino por su abolengo familiar o clase social.
[c] Eran los alumnos privilegiados por su clase social y llamados así por el resto de sus condiscípulos.
El libro en cuestión se titula: “Carta a una profesora”[a]; la pregunta principal que desata este texto es: ¿Qué hago en la educación? La pregunta propone inicialmente dos respuestas desde dos enfoques: como alumno y como docente; ya que todos los que estamos inmersos en el entorno educativo, alguna vez fuimos alumnos y a su vez algunos alumnos serán o son docentes.
El leer las cartas de los alumnos de Barbania a los docentes y directivos de instituciones educativas al principio me lleno de indignación, porque percibí mucha amargura y resentimiento por parte de los alumnos; sin embargo, después al observarlo desde otro ángulo comprendí sus quejas, ya que me transporte a esos días de estudiante bachiller y recordé a dos personas que casi tenía olvidadas en las profundidades de mi memoria.
Recuerdo a una profesora que impartía cursos a los alumnos de primer semestre, después del primer examen departamental daba las calificaciones en voz alta y además a los reprobados les añadía: “Futuro título de suficiencia” o la célebre: “Yo creo que del primer semestre no pasas”; recordé la ira de dichas frases y la frustración de no poder contestarle lo que se merecía, ahora veo que era una persona inhumana y que en realidad estaba por cualquier motivo, pero no por vocación de enseñar.
Por supuesto yo fui una de esas reprobadas que con mucho trabajo logré reponer mi calificación y no presentar un ETS, a lo largo de los años, me inspiraba escribirle una carta y decirle todo lo que he logrado y no precisamente gracias a su “motivación”, sino al coraje que me inspiró su desprecio.
El segundo caso que recuerdo, me lleno de dudascuando, al final del bachillerato pensaba que ya lo había visto todo en cuanto a profesores, entonces llegó el “Gustavito”[b] de mis profesores. El señor – cuya clase era muy buena -, pero como persona, hacía exactamente la misma selección que aquellos profesores de Italia. Tenía un grupo de “niñas bien”, las cuales pertenecía según él a una clase social superior que los demás y con las que continuamente hacia vida social y además comentaba en clase lo divertido que estuvo, por no mencionar el hecho de que a cada rato nos decía que íbamos a terminar de “jala cables” en cualquier empresa. No lo comprendía, aunque con el tiempo entendí su forma de ser; su familia era humilde y con muchos trabajos logró terminar su carrera, supuse entonces que fue excluido cuando niño y que al relacionarse con “señoritos”[c], no se sentía inferior. De todos los alumnos que éramos al inicio del bachillerato, al final y a pesar de todo sólo desertaron cinco del grupo. Después de todo y al paso de los años, puedo decir cuál fue el motivo por el que yo estudie, fue el deseo de aprender, más que de salir de una clase social, el deseo de conocer y comprender lo que me rodeaba y que no entendía; por eso seguí y sigo estudiando, eso me hizo repeler el embate de las amenazas de la escuela y no sentir aborrecimiento por ella. Pero pienso en mis compañeros que nos dejaron y en los que terminaron con más trabajo que yo, pienso en lo que para ellos significaron esos años de lucha desesperada por pertenecer a un grupo: al selecto grupo de los “señoritos” Estas dos anécdotas podrían ser mi desahogo como alumno y parte de la contestación a la pregunta inicial de éste artículo; como estudiante utilicé muchas tácticas para no sentir la presión, la frustración y la crueldad de unos profesores y de un modelo educativo bueno para su época, pero mal aplicado en las aulas.
Ahora bien, después de haber desahogado a la alumna, puedo empezar a contestar la pregunta como docente; algo que estoy segura que no he hecho, es parecerme al primer ejemplo que puse, por el contrario, preocuparme por los distraídos, cansados y reprobados para saber el por qué de su conducta ha sido una de mis acciones docentes. Antes de leer éste libro, pensé que era entrometida porque al averiguar por qué reprobaban o qué los hacía ser desganados encontraba problemas familiares, existenciales, sentimentales y emocionales; sentí que me estaba metiendo en aspectos que no me concernían, pero al ver que esos problemas afectaban mis clases y que lo que algunos alumnos desean es ser considerados personas y que necesitan quién los escuche, es que recapacito y pienso que no es intromisión, más bien, interés humano y docente. También hay que considerar que para la época en la que el libro fue escrito, la escuela realmente era para unos cuantos y la sociedad de ese tiempo y de este han variado mucho; sin embargo los rasgos de racismo, separatismo e individualidad se han marcado mucho más en los últimos años, algunos por las corrientes sociales y económicas, otros, nosotros como docentes muchas veces propiciamos esas situaciones en las aulas, al permitir trabajos individuales y no fomentar el trabajo grupal y sus valores (Tolerancia, respeto, entre otros), al ser nosotros mismos ajenos a los alumnos que nos encomiendan las familias y el gobierno.
La función actual del docente debe dejar de ser como aquella tradicional en la que el respeto y la admiración se ganaban por la cantidad de poder que el profesor tenía sobre un grupo; debe ser la de un aprendiz constante de sus propios errores y un practicante aún más aguerrido de sus aciertos. De invitar a otros e invitarse a él mismo a que cada día potencialice sus cualidades y corrijan sus defectos, esto quizá debe empezar no como docente sino como ser humano para después poder enfrentarse al rol docente que se toma diariamente. El profesor debe ser una persona que tenga la vocación de enseñar y no sea egoísta, para así poder dedicarse por completo a los otros y dejar que le extraigan hasta la última gota de conocimiento (experiencias profesionales y personales), ser accesible a esos llamados de aprendizaje en ambas direcciones. La labor del maestro debe ser como dicen los alumnos de Barbania, engrandecida, siempre y cuando nosotros nos engrandezcamos ante los ojos de una sociedad que necesita de alguien que los guíe para aprender de la vida y que los escuche cuando tropiecen; de que las instituciones también se humanicen y vean la mancuerna docente – alumno, no como materia prima que produce cifras o ganancias (escuelas privadas), sino como seres humanos. Ese será el momento en que el alumno, docente e institución dejen de ofenderse y de ser indiferentes unos con otros. Bibliografía:Alumnos de Barbania. Carta a una profesora. Edit. Quinto Sol. México. 2000
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[a] Se trata de una obra escrita por los propios alumnos de una escuela marginal de un pueblo italiano. Pero es una escuela progresiva, que parte de la negación a los sistemas educativos imperantes, y lo hace desde los mismos procesos de selección.
[b] Se refiere a aquel niño que sus profesores o sociedad seleccionan no precisamente por sus notas sobresalientes, sino por su abolengo familiar o clase social.
[c] Eran los alumnos privilegiados por su clase social y llamados así por el resto de sus condiscípulos.
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